De la serie de entrevistas 'Para qué sirve Europa ', del suplemento DOMINGO de EL PAÍS.JUAN CRUZ 24/01/2010
Ahora tiene Emma Bonino 61 años y sigue siendo aquella mujer fibrosa que se autoinculpó de un aborto y lideró una campaña del Partido Radical de Marco Panella para lograr la legalización del aborto en Italia, su país. Esa campaña le puso en la geografía de la política europea, y desde entonces es una militante de las causas sociales más avanzadas y es, asimismo, una europeísta convencida cuyo entusiasmo ahora no conoce las cotas más altas. Es vicepresidenta del Senado de su país, y en ese despacho espartano que ocupa allí nos recibió un día de enero, cuando acababa de aceptar el reto de competir por la presidencia de la región del Lazio en las elecciones próximas.
"La superación del Estado-Nación, con competencias delegadas, es la esencia de Europa"
"¡Pobre Obama! Llega y la gente cree que va a resolverlo todo: la política interior, la exterior..."
"Fíjese lo que fue para Alemania renunciar al marco. Creo que eso no lo haría hoy ningún líder"
"Si no somos uno de los cinco grandes actores del mundo, el bienestar europeo no se sostendrá"

Sigue teniendo el carácter fibroso con el que lidió, como comisaria europea, con la pesca, el comercio, la ayuda humanitaria, los asuntos sociales y todo aquello que cayó en la red de esta persona que irradia energía. Ella fue la que le preguntó a Felipe González, presidente del comité de sabios sobre el futuro europeo, para qué sirve Europa. Ella tiene una experiencia que le permite elaborar una respuesta.
Pregunta. Usted ha estado en la idea y en la lucha. ¿Qué ha significado Europa para usted?
Respuesta. Para mí, Europa empezó en 1979, cuando me eligieron para el Parlamento Europeo. Había llegado también muy joven al Parlamento italiano, después de mi campaña sobre la legalización del aborto. Hice una campaña no violenta de desobediencia civil, y fui a la cárcel porque ésa era mi intención: el que desobedece va a la cárcel.
P. Fue una decisión.
R. Lo provoqué amenazando a las instituciones con este argumento: queridas instituciones, ustedes tienen que aplicar la ley. La ley dice que el aborto es un crimen; yo no sólo he abortado, sino que he ayudado a otras a hacerlo. Por tanto, ustedes me tienen que meter en la cárcel... Tres años después tuvimos una ley sobre el aborto. El Parlamento fue una escuela para mí.
P. Y luego vino el Parlamento Europeo.
R. 1979, las primeras elecciones directas al Parlamento Europeo. Es un momento de entusiasmo fantástico. Ahí estaban Mitterrand, Kohl... Yo era de un pueblecito milanés y ahí me encuentro con un mundo que no conocía... Marco Panella me impuso vivir en Europa. No era una cosa de ir y venir. Con nosotros estaba también, como eurodiputado, Leonardo Sciascia...
P. ¿Cómo era trabajar con Sciascia?
R. Era un siciliano muy diferente de los sicilianos; era introvertido, sutil, hablaba muy poco y con una selección muy rigurosa de las palabras. Yo no sé escribir, y siempre me ha dado envidia la facilidad para hacerlo. Me decía: "No se trata de escribir; se trata de atender al proceso mental; eso es otra cosa". Fue una relación muy profunda, sin muchos alardes públicos, pero muy intensa. Me quería mucho. Era de carácter difícil. Pero yo estoy acostumbrada: mi padre, Sciascia, Panella..., tanta gente con un carácter así... Leonardo no viajaba en avión, así que para ir a Estrasburgo salía de Palermo el domingo y yo lo esperaba en la estación a las seis y media de la mañana... A él eso le encantaba, porque podía leer todo el tiempo... Dimitió al cabo de casi dos años porque en Italia se abrió la comisión que investigó el caso Moro y él quería estar ahí.
P. Ahí empezó a conocer Europa.
R. Y fue muy bueno que empezara en el Parlamento. Allí escuchaba diferentes intervenciones que representaban sensibilidades distintas sobre un mismo asunto... Ahí es donde se advierte de veras las diferencias que hay, lo complicado que es hablar de una cultura europea...
P. Hans Magnus Enzensberger nos decía [en esta misma serie, Domingo 17 de enero de 2010] que no es necesario hablar de una cultura europea, sino conjuntar las culturas que existen...
R. La diferencia es riqueza. Cuando comenzamos la campaña sobre el euro -aún era comisaria de Pesca, entre otras cosas- la idea era hacer una campaña de información. Recuerdo muy bien que les decía a mis compañeros: "No puede ser la misma campaña en Lisboa que en Oslo porque son distintas las sensibilidades"... Pasé mucho tiempo en los plenos. Los colegas me decían que perdía el tiempo, pero para mí era fundamental escuchar. Y ahí entendí la diversidad europea; sin conocer eso la maquinaria no sirve.
P. Escuchar es hacer política.
R. Y te permite hacer calar mensajes en función de la procedencia y la sensibilidad de los que están sentados ahí o en el Consejo... Cualquier directiva a nivel europeo la votan los ministros, ellos saben de qué va la cosa. Pero luego van a sus países a decir que en la Comisión Europea son unos brutos. Ellos no vienen diciendo que ellos votaron esas directivas. Cuando tienen que contar algo bueno a los ciudadanos, siempre son ellos los que lo han conseguido, y si no es bueno, la culpa es de Bruselas. Es la propia clase política la que pasa el mensaje de que lo bueno es de Madrid, Roma, Londres o París..., y lo malo, o lo más duro, viene de Bruselas.
P. Es un mensaje fatal para Europa.
R. Exactamente. Es una especie de cáncer que se extiende a algo aún más peligroso: que las campañas electorales europeas nunca hablen de la Unión Europea sino de las cuestiones nacionales...
P. Europa no se explica.
R. Y es gravísimo. Por ejemplo, ¿quién le explicó a los electores qué podría pasar si Turquía entraba en la Unión? Nadie lo explica, entonces, ¿por qué nos extrañamos de que la gente no quiera a Europa? Hablamos de Europa tan sólo por la crisis económica, y el mensaje es siempre negativo: la culpa es de Europa. Entonces, ¿por qué la gente tendría que querer a Europa cincuenta años después de su formación?
P. ¿Cuál es ahora para usted la esencia de Europa?
R. Sigue siendo el mensaje de los fundadores: el Estado-Nación y el nacionalismo no sólo no son adecuados frente a los desafíos, sino que son un peligro. El nacionalismo siempre es portador de guerras, de tensiones. La superación del Estado-Nación -con reglas, no estoy hablando de anexiones-, con competencias delegadas, es la esencia de Europa.
P. ¿Y por qué Europa es motivo de reflexión pero no de comunicación?
R. No lo transmiten porque no lo piensan o no lo elaboran. Los ciudadanos reciben Europa como una obligación, no como una elección. La superación del Estado-Nación está obligada por el Mercado Común, por la economía. Y tampoco aplicamos el Mercado Común con entusiasmo; en el momento en que hay una crisis económica, cada uno hace su propia política presupuestaria, de subvenciones a empresas nacionales... Todo eso es lo que hemos visto desgraciadamente durante estos dos últimos años. Así lo viven mis colegas ahora; y es distinto de cómo lo vivían Monet, Spinelli, Delors o Mitterrand... Fíjese lo que fue para Alemania renunciar al marco... Creo que eso no lo haría ningún líder de hoy, pero fue espectacular como visión. Y mire lo que sucedió con el Este europeo. El Este tenía la esperanza de Europa. Allí la transición se hizo con dificultades, pero sin violencia, sin sangre, porque había una esperanza. Si con el fracaso del Muro y de una ideología esta gente no hubiera tenido una esperanza de ser parte de algo, se habrían producido revoluciones internas como en Yugoslavia, con sangre, genocidios.
P. ¿Cree que los políticos que tomaron esas decisiones fueron especiales?
R. Tenían una visión. Y eso se acabó. Cuando era canciller, Kohl tenía la costumbre de venir a la reunión de los comisarios, los martes. Un día vino y se sentó, miró alrededor de la mesa y dijo: "Todos son demasiado jóvenes para saber qué es la guerra". Yo nací en 1948, después de la guerra, en una situación total de pobreza, antes del boom económico. Mis padres eran campesinos pobres. Aquella atmósfera de dureza fue lo que me caló, y eso es lo que impulsa mi interés por una Europa en la que aquello no sea posible otra vez. Puede ser que, como deducía Kohl, muchos de los más jóvenes perdieran esa motivación inicial. Europa existe, por descontado; ahora es aburrida y distinta, es la primera vez que no tenemos guerras internas en este espacio geográfico en cincuenta años. En este espacio hubo dos guerras mundiales, un genocidio y muchas guerras civiles nacionales. Y ésta es la primera vez que dos generaciones viven en el espacio geográfico europeo sin guerras.
P. Hubo la guerra de los Balcanes...
R. Pero ésa no lo consideramos espacio institucional europeo. Europa es un espacio político de ciudadanía, no es tan sólo un espacio geográfico. La gente se emocionó por Sarajevo porque estaba cerca, no lo vivía como un fenómeno europeo. Dentro de la Europa institucional, es la primera vez en la historia que pasamos sesenta años sin guerras. En mi opinión, los jóvenes se han olvidado de esto.
P. Felipe González dijo una vez, al volver de un Consejo Europeo, que la cosa había ido regular para España y bien para Europa...
R. Es España, es Felipe, es después de una dictadura, ocurre en los inicios de un proceso democrático, en un periodo de tensión interior. No creo que hoy sea así. España es una democracia, Europa tiene esta imagen aburrida, distante, burocrática, porque cuando no hay política sólo se ve la maquinaria... Y no tenemos líderes activos con esta empatía europea hacia una posibilidad de superación del Estado Nacional, del nacionalismo, que siempre va unido al racismo, a la xenofobia, a la autarquía... Por eso, al Tratado de Lisboa, aprobado por fin porque después de siete años de discusiones la náusea era total, le falta el espíritu de aplicación. Los últimos nombramientos demuestran, por otra parte, que en Europa no existen ni el ánimo ni el coraje para ello.
P. No le gustaron los nombramientos.
R. No es por las personas, no las conozco. Sólo que en el mundo global en el que estamos, en el que la tarea de Europa no es solamente externa, sino que también requiere responsabilidad internacional, parece difícil que alguien pierda el tiempo aprendiendo quién es Rumpuy o Ashton. Imagino que Obama seguirá llamando a Gordon Brown y el chino hará lo propio...
P. Dice mucho que Europa es aburrida. Pero ¿por qué tendría que ser divertida?
R. Quiero decir apasionante, que despierte en los europeos un sentimiento de pertenencia, que me parece que está disminuyendo. La gente se siente cada día menos europea, más de su nación.
P. Es un grave riesgo para Europa.
R. Sí, absolutamente. Europa no se hace algo apasionante. Y no se comunica. Es un círculo vicioso: hacen sondeos para saber por qué Europa no es popular o apasionante. ¡Una pasión debe ser comunicada, transmitida!
P. Parece un fracaso emocional.
R. Que desemboca de nuevo en los nacionalismos, en los localismos, que debilitan la idea de Europa.
P. Y desde esa debilidad, ¿cómo ve el diálogo europeo con los Estados Unidos de Obama?
R. ¡Pobre Obama! Llega este señor y la gente cree que lo va a resolver todo: la política interior, la política exterior... Estados Unidos es como los padres que nos dan o nos quitan la paga semanal. Somos antiamericanos cuando nos interesa a condición de que ellos existan, que se ocupen de nosotros, ¡como si Obama fuera el presidente de Europa! Le queremos a condición de que él haga lo que queremos sin que nosotros nos impliquemos. Es la misma actitud que los adolescentes mantienen con sus padres. Igual. Pero el mundo ha cambiado. Obama, por generación, por su vida, no tiene una relación especial con Europa. No es Kennedy, no estamos en 1964. Por cultura, tiene otros referentes. Por necesidad, también, el Pacífico, para él, es más importante que el Atlántico... Timothy Garton Ash publicó un artículo en el que decía que Europa tiene que elegir si quiere ser una gran Suiza o si quiere ser otra cosa. Es una metáfora clara, aunque no sé si completamente cierta porque, por ejemplo, nuestro bienestar económico como una gran Suiza no es sostenible en las próximas décadas si no afrontamos la responsabilidad de las relaciones mundiales.
P. ¿Qué quiere decir, Emma?
R. Que si no somos uno de los cuatro o cinco grandes actores del mundo en los próximos años, tampoco creo que nuestro nivel de bienestar se pueda sostener. El mundo va tan rápido que no nos podemos permitir el lujo de parar. Delors decía: "Europa es como una bicicleta: o pedaleas o te caes". Y en esas estamos, en la bicicleta.
P. ¿Qué hacer?
R. Encontrar la fuerza del impulso. Spinelli ya lo advirtió: "Llegará un momento en que nuestros valores serán los sentimientos menos importantes". Y estamos en ese momento.
P. Ésa es la raíz del desencanto.
R. En gran medida. Mi ilusión ahora, como europea, es que nos convenza la fuerza de la necesidad, que empecemos a pedalear, porque el mundo no se detiene. Nadie nos va a esperar como nos ha esperado ¡siete años para un tratado!

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