DOCTOR HAMILTON NAKI - Un acto de reparación

El 2 de diciembre de 1967 una joven blanca fue atropellada al cruzar una calle. Trasladada con urgencia al Groote Schuurhospital, se le diagnosticó muerte cerebral, aunque su corazón seguía latiendo.
Esto sucedía en la ciudad de El Cabo, Sudáfrica, en pleno régimen del apartheid.
En el mismo hospital, el corazón de un tendero de 52 años, llamado Louis Washkansky, luchaba denodadamente por seguir latiendo, pero estaba muy debilitado y enfermo. Ya había dado todo lo que podía dar y la única posibilidad de vida era un trasplante cardíaco que para esa época parecía imposible.
Sin embargo, para eso estaba preparándose el Doctor Christian Barnard quien tomó la decisión de realizar el primer trasplante de este tipo en un ser humano.
Los diarios de todo el mundo dedicaron largos comentarios laudatorios a la proeza médica. El cirujano-jefe del grupo se transformó en una celebridad instantánea.
Pero nadie tuvo en cuenta ni mencionó al que verdaderamente fue el alma mater de semejante hazaña.
El mismo Barnard lo reconoció antes de su muerte: "Tenía mayor pericia técnica de la que yo tuve nunca. Es uno de los mayores investigadores de todos los tiempos en el campo de los trasplantes, y habría llegado muy lejos si los condicionantes sociales se lo hubieran permitido".
Las condiciones sociales estaban dictadas por las injustas normas del apartheid.
De raza negra y de familia pobre, Hamilton Naki abandonó la escuela sin oficio alguno y halló su primer trabajo a los catorce años, cortando césped y prestando servicio en las canchas de tenis de la Universidad de Ciudad del Cabo. Pasó luego a limpiar los chiqueros donde estaban los animales que servían para experimentación y práctica de cirugía.
En 1954 fue ascendido para ayudar en el cuidado de los animales de laboratorio. Muy pronto progresó, después de que un profesor le pidió que ayudara a anestesiar a los animales usados en el entrenamiento de estudiantes en cirugía.
Aprendía de prisa y su curiosidad no tenía límites. Hizo toda la clínica quirúrgica de la escuela, donde los médicos blancos practicaban las técnicas de transplantes en perros y cerdos y luego pasó a tomar parte en operaciones quirúrgicas a los animales del laboratorio, donde tuvo la oportunidad de anestesiar, operar y, finalmente, trasplantar órganos a animales como perros, conejos y pollos.
Experto cirujano
De manera encubierta, Hamilton Naki se había convertido en un experimentado cirujano. Y aunque usaba chaquetilla, barbijo y gorro, jamás estudió medicina o cirugía. Sin embargo, poco a poco, sus capacidades le fueron granjeando puestos de responsabilidad.
Aprendió cirugía presenciando experiencias con animales.
Se transformó en un cirujano excepcional, a tal punto que Barnard lo requirió para su equipo. Era un quiebre para las leyes sudafricanas.
El negro Naki no podía operar pacientes ni tocar sangre de blancos. Solamente podía trabajar en animales. Y en negros que, por otro lado, no eran atendidos en el Groote Schuurhospital.
Pero el hospital hizo una excepción para él. Se transformó en un cirujano... pero clandestino. Era el mejor, daba clases a los estudiantes blancos, pero ganaba salario de técnico de laboratorio, el máximo que el hospital podía pagar a un negro.
Era conocido especialmente por enseñar a los estudiantes de medicina a realizar complicados trasplantes de hígado en cerdos, un procedimiento que se dice es más complicado que los trasplantes de corazón en los humanos.
Los médicos que observaron el trabajo de Naki quedaban admirados ante su destreza para suturar diminutos vasos sanguíneos con sorprendente delicadeza y precisión con sus dedos gruesos y rústicos.
Otra cosa que hacía con gran paciencia era completar en silencio operaciones que los estudiantes de medicina comenzaban y abandonaban ante el primer obstáculo.
Para realizar el trasplante programado se necesitaban dos equipos: uno que extrajera el corazón y el otro que realizaba el trasplante. Barnard le pidió a Naki que dirigiera el primer equipo y luego lo ayudara en la sutura de los pequeños vasos en lo que Naki era todo un experto.
Su participación violaba las leyes de segregación racial del país, que señalaba que los negros no deberían recibir entrenamiento médico, ni deberían trabajar en ambientes sólo para blancos, ni tener contacto con pacientes blancos.
En una épica intervención de 48 horas, los dos equipos lograron extraer el corazón de la joven e implantarlo en el cuerpo de Washkansky.
Los asistentes recuerdan la delicadeza con la que Naki limpió el órgano de todo rastro de sangre antes de que Barnard volviese a hacerlo latir en el pecho del hombre.
Un detalle realmente vergonzoso: todo el equipo quirúrgico se fotografió. Pero Hamilton Naki no podía salir en las fotografías por su calidad de negro. Cuando apareció en una, por descuido, el hospital informó que era un empleado del servicio de limpieza.
Años después, cuando desapareció el sistema de segregación racial en 1994, se revelaron las contribuciones de Naki.
En el año 2002, el presidente Thabo Mbeki lo condecoró con la principal orden del país por sus años de servicio público. Al año siguiente, le fue otorgado un título de medicina honorífico en reconocimiento por sus años de entrenamiento a jóvenes médicos que llegaron a ser cirujanos famosos.
Cuando se jubiló en 1991, sólo había llegado a ser asistente de laboratorio. Pero tuvo que contentarse con su pequeña pensión de jardinero, en vista de que su trabajo especializado nunca había sido revelado. Asimismo, dijo en una entrevista que “en esos días uno tenía que aceptar lo que ellos decían porque no había otra vía, porque era la ley que reinaba”'.
Vivía en una barraca sin luz eléctrica ni agua corriente, en un gueto de la periferia.
Había enseñado cirugía durante 40 años y se retiró con una pensión de jardinero.
Nunca reclamó por las injusticias que sufrió durante toda su vida.
La muerte de Hamilton Naki, condenado durante casi cuatro décadas al anonimato por su condición de negro, nos recuerda uno de los episodios más vergonzosos de la calidad humana.
Fueron capaces de apropiarse de sus conocimientos tildándolos como propios.
El mismo Barnard sólo reconoció su valía al final de su vida porque seguramente las leyes diabólicas de su país no le permitieron decir la verdad cuando debía decirla. Por eso este pequeño homenaje a uno de los médicos más valiosos de todos lo tiempos: valioso por sus conocimientos.
Valioso por sus enseñanzas que nunca fueron reconocidas. Valioso por su humildad y entrega.
Valioso por su calidad de vir bonus medendi peritus.
* Médico. Historiador.
Por Angel Escobar

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