Inmaculada de la Fuente 10/12/2008

elpais.com
De perfil, e incluso de frente, le acompaña cierto aire de familia. Es fácil detenerse en la nariz, retroceder un siglo y evocar a Virginia Woolf (1882-1941), su tía abuela.
Virginia Nicholson, de 53 años, es nieta de la pintora Vanessa Stephen (hermana de la escritora) e hija de Quentin Bell, el biógrafo esencial de la autora de La señora Dalloway. La abuela Vanessa fue también madre de Julian Bell, el joven aventurero que se enroló en las Brigadas Internacionales y que perdió la vida en Brunete durante la Guerra Civil. Era idealismo, locura o "esa fiebre de la sangre joven", escribiría después Virginia Woolf, que llevó a algunos a detener el fascismo cuerpo a cuerpo. La muerte de Julian fue una herida devastadora. "Mis abuelos cerraron ese capítulo y no quisieron hablarnos de mi tío ni de España", recuerda.
La sobrina nieta de la escritora investiga el papel de las mujeres en la Gran Guerra
En la Gran Peña de Madrid, donde nos reservamos postres y sobremesa tras un almuerzo de trabajo -y cordero-, flota cierta atmósfera decadente, imágenes fugaces en las que se mezcla el terciopelo de este elegante club y la bohemia de Bloomsbury. Es difícil separar el halo británico que desprende la taza de café en sus manos de ese origen familiar que tal vez trazó ya su destino. Nicholson ha escrito un documento muy vivo sobre las británicas que se quedaron sin hombres tras la I Guerra Mundial (1914-1918). Fueron las "solteras de guerra" o "chicas del excedente": renunciaron a ser madres y tuvieron que aprender a vivir sin el calor masculino y a mantenerse a sí mismas. Sus vidas de pioneras laten en Ellas solas / Un mundo sin hombres tras la Gran Guerra (Turner). Tardó cuatro años en escribirlo, confiesa.
Fue una paradoja: "La guerra les dejó solas, pero facilitó su incorporación laboral", reflexiona. "Eran jóvenes y ocuparon trabajos que hasta entonces sólo hacían los hombres. Las puertas del mercado empezaban a abrirse y de pronto las traspasaron de golpe: el edificio laboral masculino, toda una vieja construcción, se derrumbó. Y ellas llenaron fábricas y hospitales", cuenta. La paz supuso la vuelta del hombre, y muchas volvieron a casa. No todas, porque casarse ya no era posible. Faltaban jóvenes para esos dos millones de chicas que, o habían perdido el novio en el frente o tenían que competir con dureza para llevarse uno. Sobrevivieron en sus puestos las oficinistas de segundo nivel en la City; las fábricas del norte de Inglaterra tampoco prescindieron de ellas", relata.
Antes de abordar el universo de las solteronas publicó Among the bohemians, un ensayo sobre la bohemia literaria de principios del siglo XX, un mundo del que tenía referencias familiares. Cultivar el ensayo no es una elección premeditada para alejarse de la novela, un terreno donde su antepasada Woolf brilló de modo notable. Su marido también se dedica a la ficción, explica. La escritura forma parte de su escenario doméstico desde niña. Cuando su padre preparaba la biografía de Woolf, solía comentar lo que escribía con su esposa, madre de Nicholson. ¿Habláis de mí?, preguntaba. "No, de la tía Virginia". El nombre era el mismo y su padre decidió: "Para evitar confusiones, me referiré a ella como La señora Dalloway". La imagen que le transmitieron sus padres de ella fue la de una mujer compasiva y melancólica (se quitó la vida en 1941). Nicholson parece más vital. Madre de tres hijos, cuando deja la taza en el plato y termina el milhojas, está claro que Bloomsbury es sólo una referencia literaria.

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